Entrevista realizada por Guirec Sèvres
Traducción de Juan Gabriel Caro Rivera
El conflicto armado entre Rusia y el gobierno ucraniano es un tema que divide a nuestra familia política y también a nuestro país. La prensa del sistema, en su conjunto, defiende sin reservas la causa de Kiev, dejando poco espacio mediático a quienes tienen un punto de vista disonante.
Por eso, en aras de la imparcialidad, nos reunimos con Christian Bouchet, un editor muy conocido en los círculos inconformistas y activista desde hace mucho tiempo de la causa nacionalista, que estuvo en el Donbass hace sólo unos días.
S N
Christian Bouchet, usted ha pasado recientemente unos días en el Donbass. ¿Por qué y cómo?
Este verano fui invitado por el medio de comunicación Vashi Novosti a participar en un viaje de prensa al Donbass. En el viaje, abierto a periodistas y blogueros tradicionales, iban a participar representantes de Líbano, Serbia, Estados Unidos, Camerún, India y Eslovenia.
Rápidamente se añadieron otras dos invitaciones, una para reunirse con Aleksandr Dugin en Moscú y otra para presentar una ponencia en el simposio anual «El filósofo en la primera línea», que se celebraría en Donetsk al mismo tiempo que yo llegaría.
Ante tales propuestas, ¿cómo podía negarme? Sobre todo porque el Donbass es un tema que me preocupa desde el 2014. Algunos de mis conocidos políticos han ido allí a tomar las armas, me he encontrado en desacuerdo con otros sobre las decisiones que han tomado al respecto y hago campaña a nivel local para la asociación SOS Donbass.
¿Podría recordar a nuestros lectores las razones de la guerra ruso-ucraniana?
Fueron los bolcheviques quienes trazaron los contornos de la Ucrania moderna, los cuales no se corresponden con ninguna realidad étnica, cultural, histórica, religiosa o lingüística. En la Unión Soviética esto no planteaba mayores problemas y sólo se saldría de control tras el Euromaidán que, no lo olvidemos, fue una «revolución naranja» proeuropea que comenzó el 21 de noviembre de 2013 tras la decisión del Gobierno ucraniano de no firmar el acuerdo de asociación entre Ucrania y la Unión Europea en favor de un acuerdo con Rusia.
Surgieron entonces movimientos populares de resistencia contra el Euromaidán en las regiones rusoparlantes y étnicamente granrusas de Ucrania, lo que provocó levantamientos separatistas en el Donbass y la creación de las Repúblicas Populares de Donetsk y Lugansk. Ucrania intentó entonces reducirlas militarmente, la región ardió en llamas y, finalmente, se negoció un alto el fuego en 2015 (el Acuerdo de Minsk) que congeló la situación hasta 2022. En esa fecha, la guerra se reanudó, principalmente por la intención declarada de Zelenski de que Ucrania entrara en la OTAN, lo que habría puesto en peligro la propia existencia de Rusia.
¿Cómo fue su visita?
Nuestra delegación estaba formada por siete personas, con un equipo de gran calidad – incluidos dos médicos y un profesor universitario – casi en igual número. Cuando llegamos a Donetsk, se nos unió un nutrido grupo de periodistas de los medios de comunicación nacionales y locales. Como en otros viajes de este tipo que he realizado a Libia, Siria e Irán, estábamos destinados a ser a la vez sujetos y objetos. Agentes que, se esperaba, fueran parte del poder blando en el extranjero tras nuestro regreso a nuestros respectivos países y agentes de validación de sus políticas en casa durante toda nuestra estancia, que fue ampliamente cubierta por los canales de noticias rusos. Ese era el juego; yo conocía las reglas antes de venir y las había aceptado.
Empezamos y terminamos nuestra visita en Moscú, que está a unas 15 horas en coche de Donetsk. Esto me dio la oportunidad de descubrir las autopistas rusas por el camino y el paisaje de interminables llanuras nevadas que atraviesan.
Las cosas se pusieron serias una vez que llegamos a la República Popular de Donetsk, donde visitamos la capital homónima y la ciudad mártir de Marioupol, donde nos acercamos a la línea del frente y donde tuvimos contacto con los soldados de dos cuerpos de ejército, los batallones Española y Maksim Kryvonos.
¿Qué fue lo que más le llamó la atención sobre el terreno?
Que no vivimos la crisis económica relacionada con las sanciones de la que tanto se habla en Occidente. La vida de los lugareños es completamente normal. Las calles están pobladas y decoradas para Navidad, las tiendas están ocupadas, los restaurantes están llenos, hay fiestas los viernes por la noche, etc. La guerra no es visible a primera vista, como tampoco lo son las sanciones.
Y hay algo más, ajeno a la situación que nos interesa, algo a lo que ya no estamos acostumbrados en Occidente: la población es cultural y étnicamente homogénea. En todo el tiempo que llevo allí, nunca he visto a un inmigrante norteafricano o africano, ni a un exhibicionista de pelo azul…
Pero, ¿somos conscientes de la guerra a diario?
En Moscú, no hay absolutamente ninguna conciencia de ello, pero en Donbass, en cambio, está muy presente.
En Donetsk, las huellas materiales son escasas pero visibles. Todavía se pueden ver edificios dañados por los ataques, impactos de metralla aquí y allá. Lo más sorprendente son las huellas humanas.
Participé en dos homenajes ante monumentos a los muertos, no de soldados, sino de niños asesinados por los bombardeos ucranianos. También asistí a un espectáculo circense – de altísima calidad – organizado por el grupo de motociclistas nacionalista y ortodoxo Notchnye Volki (Los lobos de la noche) para niños del Donbass que habían perdido a sus padres en combate. Ver a todos estos niños huérfanos me conmovió especialmente.
En Marioupol, lo que más llama la atención es la evidencia física. Aunque la reconstrucción está muy avanzada, distritos enteros siguen en ruinas. Hay que decir que el 90% de los edificios de la ciudad resultaron dañados o destruidos.
El más impresionante, sin embargo, es sin duda la gigantesca acería Azovstal, a las afueras de Mariupol. La situación es tan mala que las autoridades locales han decidido deconstruir la planta, lo que, según nos dicen, es una bendición ecológica, ya que la empresa contaminaba alegremente el mar de Azov, en cuya orilla se encontraba.
En Donetsk, la guerra también recuerda los bombardeos con cohetes HIMARS. Hubo dos durante mi estancia. Es una experiencia bastante desconcertante… La ciudad tiene una cúpula de hierro, así que de repente oyes explosiones en el cielo y ves caer escombros, deseando que no haya nadie debajo.
Como la cúpula de hierro no es totalmente eficaz, o porque sólo destruye los misiles cuyo destino es potencialmente peligroso, algunos explotan en tierra en lugares totalmente inverosímiles. Uno cayó a trescientos metros del hotel donde me alojaba. Allí no había absolutamente nada del menor interés estratégico. Uno de nuestros escoltas mencionó la proximidad de un hospital como razón para pensar que probablemente era el hospital el objetivo, demostrándonos así lo cabrones que eran los ucranianos. Personalmente, me inclino más por pensar que los disparos se hicieron al azar, para someter a toda la población a un estrés constante.
Otra huella intangible de la guerra son los refugiados. Es importante recordar que el número de refugiados ucranianos en Rusia es mayor que el total de refugiados ucranianos en todos los demás países. Su presencia no es inmediatamente evidente en las calles, pero hay varios centros de acogida para alojarlos.
Pude visitar una de ellas, a la que asistían principalmente ancianos que habían sido exsoldados en la línea del frente. Como no se reconocían en el régimen de Zelenski, no habían querido seguir a las tropas ucranianas en su retirada. No había límite de tiempo para su estancia en el centro, pero se hizo todo lo posible para ayudarles a integrarse y volver a una vida normal.
Me han dicho que lo habían llevado más cerca del frente…
Sí, lo bastante cerca como para que nos obligaran a llevar chalecos antibalas y cascos pesados, pero lo bastante atrás como para que sólo pudiéramos oír el ruido de fondo de la explosión de los proyectiles en una distancia no muy lejana. No lo sé con exactitud, unos pocos kilómetros, tal vez dos o tres.
Allí había una gran granja colectiva, con cobertizos llenos de maquinaria agrícola. No creo haber visto tantas en un mismo lugar en mi vida. Un poco más allá, había también algunas pequeñas granjas, aún habitadas, con un aspecto bastante arcaico y agrupadas en un caserío. Si no hubiera sido por el ruido de los cañonazos, el ambiente habría sido bastante ordinario.
¿Y cuál fue su relación con las fuerzas combatientes?
Con el ejército regular, me reuní muy brevemente con algunos oficiales en Donetsk, pero no tuve contacto con las tropas. Sin embargo, nuestra delegación fue recibida largamente por dos cuerpos francos, los batallones Española y Maksim Kryvonos, y pude compartir una comida con sus hombres y presenciar su entrenamiento.
Esto me permitió observar la gran heterogeneidad de estos cuerpos francos, cuyos miembros se agrupan por afinidad cultural e ideológica.
Por ejemplo, mientras que la Brigada Piatnachka se considera de extrema izquierda, la Española se situaba más bien en el lado opuesto del espectro. Tuve la oportunidad de hablar del Libro de Veles – la Biblia de los neopaganos eslavos – con uno de los soldados y los carteles que cubrían la sala de pesas de la unidad no dejaban lugar a dudas sobre su orientación general, ya que Joseph Stalin estaba junto a las banderas del Viejo Sur Profundo y carteles muy antiguos del segregacionista George Wallace.
En cuanto al nombre de Española, el oficial encargado de las relaciones exteriores me explicó que se había elegido en referencia a los piratas de la isla Española (en la Española francesa) porque los miembros del batallón se reconocían en ellos. Esta referencia es similar a la de nuestros compañeros de Casa Pound, que eligieron la tortuga como logotipo en referencia al famoso escondite pirata de la isla Tortuga, separada de La Española por una estrecha ensenada.
Dicho esto, al batallón no le faltaban armas y estaba estacionado bajo las gradas de un estadio de fútbol, donde se autoabastecía parcialmente de alimentos cultivando su propio huerto y gestionando su propia panadería.
Igualmente interesante, el Batallón Maksim Kryvonos me dio una impresión más estructurada. Es cierto que sus hombres no se consideraban piratas… Lo que lo hacía especial era que estaba formado por ucranianos étnicos que, o bien habían elegido el bando ruso al estallar la guerra, o habían desertado del ejército ucraniano para unirse a las fuerzas rusas, o habían pedido unirse al batallón tras ser hechos prisioneros.
El discurso de sus miembros, con los que pude hablar libremente, estaba muy bien construido. Decían claramente que no luchaban por la libertad del Donbass sino para liberar a Ucrania de la «banda de Zelenski» y declaraban que no luchaban por los rusos sino «con los rusos contra el régimen de Kiev».
Había al menos otro destacamento, el batallón Bohdan Khmelnitsky, que también incluía ucranianos étnicos. Los nombres de Maksim Kryvonos y Bohdan Khmelnitsky son significativos porque son los nombres de importantes líderes cosacos que, en 1648, instigaron un levantamiento contra la nobleza polaca, que dominaba Ucrania en aquella época. En 1654 fueron signatarios del Tratado de Pereïaslav, que acordaba la separación de Ucrania de Polonia y su adhesión a Rusia.
¿Tiene idea de cómo se sienten los habitantes del Donbass ante todo esto?
Creo que podemos deducir de los resultados electorales que la población apoya plenamente la política de Vladimir Putin.
En las últimas elecciones presidenciales, Putin obtuvo un 87,28% a nivel nacional, pero un 95,23% en la República Popular de Donetsk y un 94,12% en la República Popular de Lugansk.
En cuanto a los parlamentos locales, también apoyan totalmente a Putin.
En la República Popular de Donetsk, 74 de los 99 diputados son miembros de Rusia Unida, el partido presidencial. Los demás se reparten entre el Partido Comunista de la Federación Rusa (6 diputados), el nacionalista Partido Liberal Democrático de Rusia del difunto Vladimir Zhirinovsky (6 diputados) y un partido liberal de derechas, Nuevas Figuras (4 diputados).
En la República Popular de Lugansk, 39 de los 50 diputados son miembros de Rusia Unida. Los demás se reparten entre el Partido Liberal Democrático de Rusia (5 diputados), el Partido Comunista de la Federación Rusa (4 diputados) y Rusia Justa, un partido populista y nacionalista de izquierdas (2 diputados).
Cabe señalar que todos los partidos de la oposición, con la posible excepción de Nuevas Figuras, apoyan la posición de Putin sobre el Donbass y la operación militar especial, o tienen una visión aún más radical de las cosas.
Al principio de nuestra conversación usted mencionó una reunión con Aleksandr Dugin y una conferencia…
Me encontré con Aleksandr Dugin al día siguiente de mi llegada. Me recibió en el Instituto de Estudios Políticos de Moscú, que dirige como parte de la Universidad de Humanidades y Ciencias Sociales de Moscú. Acababa de terminar la conferencia de clausura de un seminario de formación política que había organizado para todos los vicerrectores de las universidades rusas.
Descubrí que los vicerrectores habían recibido recientemente el encargo de dirigir ideológicamente sus universidades y que el objetivo del simposio era darles las armas conceptuales necesarias. El hecho de que esto se confiara a Aleksandr es un indicio de su importancia y del reconocimiento de su labor.
El simposio, titulado «Filosofía en el frente», lo organiza cada año en Donetsk desde el inicio de la operación militar especial el departamento encargado de las escuelas militares superiores del Ministerio de Defensa de la Federación Rusa.
Di una charla sobre la visión de la guerra en las obras de Julius Evola y John Frederick Charles Fuller. Mi frase final, una cita de René Quinton, «La guerra es para el hombre lo que las aguas tranquilas son para los cisnes, el lugar de su belleza», ¡provocó una avalancha de aplausos de los oficiales presentes!
¿Cuáles son sus impresiones y análisis a su regreso?
En opinión de muchos analistas, está claro que los rusos han ganado y que Ucrania sólo resiste porque Estados Unidos y la Unión Europea la apoyan a distancia. Si este apoyo cesa o se reduce, Ucrania se verá obligada a firmar un acuerdo de alto el fuego que confirmará la secesión de Novorrusia y Crimea. Parece lógico que con Trump en el poder Estados Unidos se desentienda y que la Unión Europea no tenga medios psicológicos, militares o económicos para ir más allá.
Sin embargo, lo que me sorprendió es que muchos rusos con los que hablé no lo veían así y estaban convencidos de lo contrario, creyendo que nos dirigíamos a un enfrentamiento armado entre Rusia y Occidente.
En lo que respecta a «nuestro pueblo», hay una cosa que me preocupa especialmente, y es el error fundamental cometido por los diversos grupos nacionalistas de Ucrania que lanzaron todas sus fuerzas a esta guerra, que perdieron a sus mejores elementos y que no han ganado absolutamente nada con ella, aparte de su virtual extinción política. Es bastante asombroso que Svoboda lograra solo el 3% de los votos y obtuviera un solo escaño parlamentario en las últimas elecciones parlamentarias (en 2019), mientras que en las elecciones de 2012 el partido obtuvo el 10,5% de los votos y 37 escaños parlamentarios.
Cometieron casi el mismo error que Maurras con el compromiso nacionalista de 1914. Empeorado por el hecho de que la guerra era imposible de ganar desde el principio. Como discípulo de Vacher de Lapouge, creo que hay momentos en los que es preferible preservar la raza y su estirpe optando por la paz, por muy desagradables que sean las consecuencias en términos de fronteras.
Y ya que algunos de los líderes nacionalistas ucranianos dicen ser evolianos, creo que deberían haber releído Orientaciones antes de involucrarse en esta guerra, ya que les habría enseñado que «es en la Idea donde debemos reconocer nuestra verdadera patria. No ser de la misma tierra o de la misma lengua, sino ser de la misma idea: eso es lo que cuenta hoy. Esa es la base, ese es el punto de partida. A la unidad colectivista de la nación – la de los «hijos de la patria» –, tal como ha predominado siempre desde la revolución jacobina hasta nuestros días, oponemos nosotros, en todo caso, algo parecido a un Orden, como hombres fieles a los principios, como testigos de una autoridad y una legitimidad superiores que derivan precisamente de la Idea.» Pero cuesta creer que la Ucrania de Zelenski y sus seguidores tenga algo que ver con «la idea».
Fuente: http://synthesenationale.hautetfort.com/archive/2025/01/02/un-grand-entretien-avec-christian-bouchet-directeur-des-edit-6529398.html